Durante años nos han vendido la idea de que Internet era la red de redes: un sistema descentralizado, robusto, capaz de resistir fallos masivos, ataques e incluso guerras. Y quizás en su concepción lo fue. Pero la realidad de hoy es bien distinta. No solo hemos hecho de Internet la columna vertebral del mundo moderno, sino que lo hemos hecho asumiendo que siempre estaría ahí, disponible, funcional y neutral. Como el agua del grifo. Como la luz del interruptor. Como el oxígeno.
Y, sin embargo, ya no podemos confiar en Internet. No al menos como lo hacíamos antes. (Ni en la luz tampoco... y en el agua ratos... venga no sigo...).
Piensa en esto: ya no puedes consultar tu saldo bancario yendo al banco. Necesitas un cajero (cada vez más escasos) o, más comúnmente, acceso a la app de tu entidad. ¿Quieres pedir cita para el médico? A través de Internet. ¿Tienes que justificar una ausencia laboral o escolar? A través de una plataforma online. ¿Tu abuela necesita ayuda urgente y pulsa el botón rojo del servicio de asistencia domiciliaria? Ese botón también depende de una conexión a Internet. Y la lista sigue: tus cámaras de videovigilancia, el TPV del comercio, el acceso a tu correo, a tus archivos, a tus claves. Todo. Absolutamente todo está conectado.
La dependencia es total y creciente. No hay vuelta atrás. Pero sí hay un problema enorme: el medio del que ahora dependemos para casi todo ya no es estable, ni libre, ni neutral.
Internet está siendo troceada, filtrada, manipulada y censurada por actores cada vez más poderosos y menos transparentes. Y no hablo solo de gobiernos autoritarios o plataformas con afán de control. Hablo de decisiones administrativas locales que afectan a la infraestructura global. De juzgados que ordenan bloqueos de webs, servicios, IPs enteras o dominios completos con una simple resolución automática. Hablo de operadores que, sin pestañear, ejecutan esos bloqueos, incluso cuando eso implica cortar el acceso legítimo a recursos compartidos por millones de usuarios.
Imagina que alguien, con acceso privilegiado y con un papel sellado, pudiera cortar el paso de los camiones de alimentos por una autovía, porque en uno de ellos viaja algo ilegal. El panadero de tu barrio se queda sin harina. El supermercado sin leche. Tú sin comida. Y esto no sería una excepción: ocurriría una y otra vez, con distintas justificaciones, y sin vías alternativas. Pues eso es exactamente lo que ya está pasando con Internet.
Cada vez que se bloquea una IP (o un prefijo completo) para impedir un contenido, miles de servicios colaterales dejan de funcionar. Se arrastran correos, APIs, servidores compartidos o herramientas de trabajo. Y lo más grave es que se ha instaurado la lógica de que “más vale pasarse que quedarse corto”. Bloqueo preventivo. Castigo colectivo. Y a otra cosa.
Esta semana he estado fuera de España. Me he movido dependiendo en todo momento de Google Maps para orientarme y de mis VPNs para acceder a la infraestructura que gestiono. Sin eso, estaría completamente aislado. Literalmente. Sin acceso a mis servicios, mis proyectos, mi trabajo. Si alguien hubiera decidido que uno de esos servicios debía ser bloqueado en el país en el que me encontraba, simplemente no habría alternativa.
Ese es el verdadero drama: no hay alternativa. Hemos delegado todo en una red que creíamos robusta, pero que ahora es una suma de parches, intereses cruzados, políticas oscuras y decisiones técnicas mal entendidas. Y lo que es peor: el ciudadano medio no lo ve. Sigue creyendo que Internet es algo opcional, un lujo, una herramienta más. No se da cuenta de que Internet ya no es un servicio, es el sistema.
El sistema nervioso de nuestras vidas modernas.
Por eso duele tanto ver cómo se permite su degradación. Pero una red en la que cualquier actor con algo de poder puede bloquear, filtrar o cortar el acceso a servicios críticos sin revisión, sin transparencia y sin consecuencias, ya no es una red confiable.
Y lo que viene será peor. La soberanía tecnológica de los países está en manos de infraestructuras que no controlan. Porque el ciudadano solo nota que algo va mal cuando el datáfono no funciona o la app del banco se cae. Y, aun así, piensa "se habrá caído la fibra", sin saber que lo que se ha caído es la decencia y la legalidad.
Cuando un padre o un abuelo se caiga de la cama, llamé al botón de asistencia y a la app interna de su botón le responda una web del ministerio de cultura, y los servicios médicos no puedan atenderlo, entonces y quizás solo entonces alguien empiece a preguntarse si esto de Internet realmente funciona como debería.
Y la respuesta, cada vez más clara, es que no.
¡Feliz Domingo!
Protecting what matters most
Todos aquí: https://go.ivoox.com/sq/2343562
P.D.: ¡Esta semana volvemos a la carga!
He pensado en recopilar las cosas que me van viniendo a la cabeza mientras paso los días haciendo cosas...
---
Esta semana he estado fuera de España. Y como siempre que salgo, vuelvo con más preguntas que respuestas.
---
Me di cuenta de que, si perdía el móvil, no solo no sabría llegar al hotel: no sabría casi ni cómo se llamaba.
---
Me llegaron 30 notificaciones el primer día por accesos desde un país no autorizado...
---
En un momento de lucidez, me di cuenta de que todas mis tareas del día dependían de que Google funcionara.
---
Me planteé, por un segundo, si tendría sentido imprimir una copia de mis credenciales más críticas. Luego recordé que ya no tengo impresora.
---
Me sentí tranquilo al conectarme a mi infraestructura por VPN… hasta que recordé que si alguien decide bloquear un puerto o una IP, no tengo plan B.
---
Los enlaces que he ido recopilando:
Pues nada, se acabaron las vacaciones, toca volver a la realidad.
Esta próxima semana comienza la vorágine habitual de cada día del año... ¡Que el señor nos pille confesados!
Gracias por estar ahí cada domingo, seguimos hablando por los canales habituales: X y Telegram.
¡Vamos ya a trabajar Dementor! ¡Tantas vacaciones ni vacaciones!