"He reinado más de cincuenta años en Córdoba. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce. Hombre, no cifres tus anhelos en el mundo terreno."
Abderraman III
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Puede sonar absurdo, especialmente si lo digo yo, alguien que siempre está ocupado, involucrado en "historias", tomando decisiones, haciendo mil cosas, pero a veces, siento que no he hecho nada en la vida. Pero nada en el sentido más amplio de la palabra, nada de nada. El vacío. La fe de vida laboral de la mayoría de los políticos de este país: NADA.
Es una especie de sensación, una voz que me susurra al oído: “La vida se te está escapando, y no estás haciendo nada realmente importante”. Algo realmente difícil de explicar y más difícil aún de sobrellevar. Vivir conmigo mismo hay días que no es fácil, ya te lo digo yo.
Además, sé que no estoy solo, que muchas personas especialmente activas lo experimentan. Puedes estar haciendo mucho más que "la media", incluso logrando metas que hace años parecían imposibles, alcanzando objetivos que creías que estaban a años luz, y, sin embargo, el vacío persiste. Es como si todo lo hecho hasta ahora no fuera suficiente o, peor aún, careciera de sentido.
Es más, es que, incluso, mi cerebro, que a veces creo que funciona autónomamente o que sé yo, casi que borra todas las situaciones en las que creí ser feliz o haber logrado algo importante. A veces me cuesta encontrar en mi memoria esos 14 días. A veces incluso me los tiene que recordar alguien, porque si no, es como si no hubieran sucedido.
Recuerdo que en su día hablé largo y tendido de esto con mi psicóloga. Al parecer, este sentimiento tiene un nombre, que ahora no recuerdo, y que está muy relacionado con el síndrome del impostor del que tantas veces hemos hablado. Esa incapacidad de reconocer los propios logros, de internalizarlos, y el miedo constante a no estar “a la altura”. Pero, para mí, va más allá. No es solo que no valore lo que he hecho, es que a sensación de que, a pesar de todo, el tiempo se me está escapando entre los dedos, es una constante.
Y ahí está el dilema. Mi vida está llena de cosas. Trabajo, familia, empresa, hobbies, aprendizajes, objetivos alcanzados, objetivos descartados, decisiones buenas, malas y regulares. Y, sin embargo, hay días en los que todo parece trivial, como si nada de eso me sirviera de nada. Y mientras lo escribo veo que encima suena egoísta, pero es como lo siento. La paradoja es que esta sensación no viene de la inactividad, sino precisamente de lo contrario: de estar siempre haciendo cosas, pero con la duda de si son las cosas correctas.
Esto te puede llevar a una desesperación sutil pero constante. Te encuentras con una vida llena de "cosas", pero con la angustia de no saber si estás dejando escapar lo realmente importante. ¿Estoy dedicando tiempo suficiente a las personas que amo? ¿Estoy cuidando mi salud? ¿Estoy aprendiendo algo que realmente me apasione o simplemente tachando tareas de una lista inagotable? ¿Estaré siendo un buen padre? ¿Es por aquí o por allí? ¿Me puedo permitir este ratito en el sofá? ¿Me levanto temprano hoy o me quedo en la cama? ¿El gordo era Andy o era Lucas?
Y así constantemente... ¡Agotador!
Al final, el éxito y la realización son conceptos profundamente personales. Cada uno tiene su propio ritmo y camino. Sus propias filias y sus propias fobias. Sus maneras y sus formas. Y quizá el secreto esté en aceptarlo, en reconocer que intentamos hacerlo lo mejor que podemos con lo que tenemos. Que no tenemos que cumplir ninguna ISO vital con su correspondiente auditoría. Somos como somos y ya está.
No sé, lo mismo, el problema está en la comparación constante, no solo con los demás, sino también con esa imagen idealizada de lo que debería ser nuestra vida. Vivimos rodeados de estándares imposibles, de redes sociales, de expectativas externas, y encima esa voz interior te recuerda que podrías estar haciendo más... El coctel perfecto para que, como te dejes llevar más de lo necesario, acabes acudiendo a las pastillitas esas que amargan más de lo debido. Si aquí has sonreído, sabes de lo que hablo. Y sabes también que cuando ya te ves ahí, no mola nada...
Así que hoy, mientras escribo esto, me intento decir a mí mismo que está bien no hacerlo todo. Que está bien no tener todas las respuestas. Que, aunque a veces sienta que no he hecho nada en la vida, quizá, solo quizá, he hecho lo suficiente. Que lo mismo el secreto está en anotarlo, como hizo Abderraman III, aunque puede que cuando cuente mis momentos vitales me sorprenda y no llegue a catorce. ¡Y sea peor! Así que al final no tengo claro si anotar o no anotar...
Lo voy a reflexionar estos días y os cuento. Es curioso que, siendo como somos simples monos con ínfulas, nos metamos en estos berenjenales mentales...
¡ Feliz Domingo !
Protecting what matters most
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Los enlaces que he ido recopilando:
Vamos a ser sinceros, Dementor: ¡No has hecho nada en la vida! ¡NAAAADAAAA!