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Imagina que estás en casa. En tu refugio. El lugar donde guardas tus pertenencias más preciadas, donde cada día descansa tu familia y donde te sientes seguro. Sin embargo, existe un detalle perturbador: alguien, no sabes muy bien quién, tiene una manera fácil de entrar. Ya ni recuerdas cómo llegaste a ese punto, pero en un momento dado entregaste un juego de llaves y el código de la alarma a un desconocido.

Alguien, por supuesto, en quien no confías del todo y que en cualquier momento, casi sin que te des cuenta, puede alterar tu seguridad o abrir tu frigorífico y llevarse la tortilla de patatas con cebolla que tanto te costó preparar ayer... ¡Que todavía si fuera sin cebolla mejor que se la lleve!

¿Cómo te sentirías sabiendo que tu bienestar depende de la voluntad y el control de otra persona? Pues esa sensación de vulnerabilidad es la misma a la que se enfrentan países y organizaciones cuando dependen de tecnologías controladas por terceros. Y la cosa no es tan fácil como parece.

Un ejemplo reciente es lo ocurrido estos días, cuando Hezbollah, que decidió recientemente utilizar beepers y walkie-talkies de baja tecnología para evitar la vigilancia de inteligencia israelí, sufrió una serie de explosiones coordinadas de estos dispositivos. Sin entrar en consideraciones políticas, es el ataque más sofisticado que recuerdo y que me ha hecho plantearme muchas cuestiones.

El incidente muestra lo fácil que es neutralizar a una organización, o incluso a un país, cuando su infraestructura tecnológica está en manos de otros. En lugar de una invasión o un bombardeo, bastó con controlar la cadena de suministro para, supuestamente,  introducir explosivos en los dispositivos electrónicos y activar los mismos remotamente.

Y, créeme, este tipo de vulnerabilidad no se limita solamente a un conflicto puntual en Oriente Medio. Para nada. En el contexto geopolítico actual, los países que dependen de tecnologías extranjeras, especialmente en áreas críticas como defensa, telecomunicaciones o energía, corren el riesgo de ser “apagados” en cualquier momento.

En este caso la alteración fue añadir un explosivo al beeper o al walkie, pero en otros casos una simple puerta trasera puede dejar con el culo al aire a medio país sin que nada pueda impedirlo. Si lo piensas da miedo.

Es por ello que las grandes potencias entienden que la soberanía tecnológica es un componente clave de su poder. Eso se traduce en que invierten MASIVAMENTE en el desarrollo de tecnología nacional, asegurándose de que controlan tanto la infraestructura como los procesos de innovación y fabricación. Las tensiones entre estas potencias están cada vez más definidas por el control de tecnologías clave, desde la inteligencia artificial hasta la ciberseguridad.

Para cualquier país que aspire a ser medianamente independiente y competitivo en el escenario global, es imperativo desarrollar su propio ecosistema tecnológico. No se trata solo de producir más tecnología, sino de tener la capacidad de crear, controlar y, en última instancia, asegurar que ninguna otra nación pueda cortar ese acceso en momentos críticos. Esto significa fomentar la innovación y apoyar a las empresas que están dispuestas a arriesgarse en este campo.

El éxito no está garantizado, pero el riesgo de no intentarlo es demasiado alto. Necesitamos un ecosistema que favorezca la innovación, que incentive a las empresas a desarrollar soluciones tecnológicas que puedan competir globalmente. Si no tomamos medidas ahora, corremos el riesgo de estar en manos de aquellos que sí lo hicieron y lo hacen día a día. La soberanía tecnológica no es una opción, es una necesidad en un mundo donde los conflictos ya no se definen solo por la fuerza militar, sino por quién tiene el control de las herramientas tecnológicas.

En última instancia, la tecnología es poder. Y si ese poder no está en nuestras manos, inevitablemente estará en las manos de otro.

Y, por cierto, este post no iba solo de geopolítica: ¿A quién has entregado las llaves de tu casa o las de tu empresa? ¿Lo has pensado?

¡Feliz Domingo!


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Y fin...

Pues nada, esta newsletter se ha escrito íntegramente desde China, en un viaje espectacular en el que he disfrutado como un niño pequeño.

El choque cultural ha sido brutal, ha sido como llegar a un mundo diferente. Gracias a los que han hecho posible todo esto, estaré siempre agradecido.

Seguimos hablando por los canales habituales: Twitter y Telegram.
 
Por cierto, si quieres puedes invitarme a un cafelito. ☕☕☕

¿China? ¡No nos engañes, que no has ido a ningun lado!